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Cuando se trata de entrenar, soy como una moto. Una vez «machaqué» las piernas teniendo la gripe. Y de repente, me encontré en mitad del entrenamiento luchando con pesos que habitualmente me resultaban muy faciles. A pesar de eso, continué esforzándome hasta que, de repente, el gimnasio empezó a darme vueltas y casi devolví el desayuno. Afortunadamente, pude resistirme.

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Al día siguiente, la gripe había empeorado. Mí ignorancia había debilitado el sistema inmunológico y terminado con cualquier posibilidad de recuperarme con rapidez. ¡Eso suponía perder unos cuantos entrenamientos! Desde luego, no era una situación favorable para que se produjera el crecimiento muscular. Prometí vengarme por el tiempo perdido, estudiando todo lo que se supiera sobre el sistema inmunológico y diseñando estrategias para maximizar su efectividad. ¿Los resultados? En los dos últimos años, sólo he perdido dos sesiones, y eso porque me tuvieron que sacar las muelas del juicio. No obstante, he «ganado más juicio» al aprender cosas fundamentales sobre el sistema inmunológico y cómo actúa en los culturistas.

Durante un momento, imaginaos vuestro cuerpo como una provincia. Para mantener el orden, tenemos un sistema nacional de defensa, una policía local y regional, un ejército, una marina, divisiones de élite, agentes secretos y policía de aduanas. Así es como opera el sistema inmunológico. Se trata de una red muy bien organizada de ejércitos microscópicos que patrullan y protegen nuestros cuerpos contra los invasores y las propias «guerras civiles orgánicas».

 

Sea cual fuere el lugar donde vivamos, nuestro entorno está poblado de bacterias, virus y microbios que tratan de penetrar nuestras líneas naturales de defensa. Flotan en el aire, nadan en el agua e incluso viven en el moleteado de las barras del gimnasio. ¿Os acordáis de la ducha que os habéis dado? Desde el momento en que nos ponemos las ropas van naciendo millones de bacterias sobre la superficie de nuestra piel... ¡y tratan de atravesar sus defensas!

Dispuestos para combatir a esas bacterias, o antígenos, están los glóbulos blancos, o leucocitos. Forman la parte fundamental del mecanismo protector del cuerpo contra las invasiones de microbios extraños. Sin embargo, entre éstos existen una serie de bacterias que son unos guerreros muy sofisticados. Estos antígenos han desarrollado unas defensas químicas que inutilizan al ejército de leucocitos.

Para complicar las condiciones de la guerra, hay virus resistentes a cualquiera de las maniobras que puedan lanzar los leucocitos.

Vamos ahora con los linfocitos. Son nuestros «especialistas» de nuestro sistema de defensa. Los linfocitos se dividen en dos tipos: Células T y B. Las células T han sido acondicionadas químicamente por la glándula Timo para identificar y destruir un antígeno específico. Las células T se subdividen a su vez en células «supresoras» y «ayudadoras» que se comunican entre sí para iniciar o cortar las reacciones inmunológicas, según requiera el momento. Las células B se producen en la médula ósea, y su cometido es producir anticuerpos, como los neutrófilos y macrófagos.

Los neutrófilos son células de forma aerodinámica que se mueven excepcionalmente deprisa y atacan a las bacterias invasoras al estilo «kamikaze». Los más grandes y lentos macrófagos son los «basureros» del sistema inmunológico. «Limpian» las zonas de guerra de los restos de bacterias y las atan con sus largos tentáculos para hacer las susceptibles al ataque de las células inmunológicas.

Como regla, cada linfocito posee un veneno letal que ha sido creado para eliminar invasores específicos. Hay aproximadamente un billón de linfocitos en nuestro cuerpo, protegiéndonos durante las 24 horas del día. Sin embargo, a pesar de que los linfocitos «están al tanto» de los últimos desarrollos en materia de destrucción bacteriana o viral, hay veces en que la cosa se complica o se pone casi imposible.

Los linfocitos reconocen a todos los invasores conocidos, pero cuando aparecen algunos extraños, pueden entrar en nuestro cuerpo y pasar desapercibidos. Esto significa que un nuevo virus puede seguir adelante y multiplicarse, dejándonos agotados. Y esto sucede por razones obvias. Para desarrollar inmunidad contra cualquier antígeno existente, tendríamos que vivir más de 2.000 años. E incluso Albert Beckles tiene que esperar mucho tiempo para alcanzar esa marca.

Y luego está el asunto de la mutación estructural que siguen los microbios durante su desarrollo. La gripe del invierno pasado puede volver a dejarnos «planchados» si los virus varían. La más mínima alteración en la estructura original del antígeno «engaña» a los linfocitos. En la tradición de un auténtico soldado, el linfocito se niega a desviarse de su forma originaria de actuación. Pero, por supuesto, la nueva raza de invasores no nos agobia indefinidamente. Todo lo que tienen que hacer las células T es ponerse en contacto con la superficie de un antígeno para producir luego un veneno específico que lo combata. Crear el veneno cuesta poco tiempo, pero suele hacerse a expensas de nuestra salud. La pregunta es que, como culturista, ¿cuánto tiempo podemos perder?

Como ejemplo, os diré que un simple resfriado o la gripe os suponen el doble de días de los que habéis pensado. Yo los llamo «tiempo de doble crecimiento cero». Los estudios demuestran que el crecimiento muscular no se produce continuamente, sino en breves oleadas. El examen preciso de esos momentos revela que tienen que coexistir simultáneamente muchas condiciones ideales para que se produzca este crecimiento. Cosas como una buena ingestión de calorías, una amplia variedad de nutrientes, grandes períodos de descanso, un estado de mente tranquila, y demás, son factores de importancia capital. En su conjunto, forman un efecto sinergístico que parece ser mayor que la suma de sus partes. Un crecimiento grandemente acelerado es el resultado de la unión de tales variables.

Imaginaros ahora que os halláis en medio de una de esas «curvas ideales de crecimiento» y que, de repente, todo se viene abajo. Os ponéis enfermos. Los expertos dicen que se tarda de 7 a 12 días en recuperarse de una gripe. Durante ese tiempo, se detendrá vuestro crecimiento muscular y bajarán ligeramente vuestros niveles de fuerza. Sin embargo, cuando os hayáis puesto mejor (y vamos a suponer que os cuesta 12 días) no podéis esperar dar el salto inmediato a la misma posición de vuestra curva de crecimiento. El cuerpo precisa para lograrlo unos cuantos días de descanso y buena alimentación; eso pueden ser otros doce días. En conclusión, cualquier gripe o resfriado crea una situación de «tiempo de doble crecimiento cero», o sea, la duración de la enfermedad más la de los días de recuperación para volver al mismo estadio de crecimiento en que os encontrabais. En este caso particular, sería de 12 días por 2, o sea, un total de 24 días de crecimiento cero.

Los estudios indican que la persona promedio sufre 4 resfriados al año. Creo que esa estadística es demasiado alta para los culturistas porque, ciertamente, no son personas promedio. 3 es, quizás, una cifra más adecuada. Pero incluso con 3 resfriados anuales, si usamos la figura previa de 24 días de crecimiento cero y la multiplicamos por 3, veremos que resulta un total de 72 días. ¡Casi dos meses y medio al año que hemos de dar por perdidos! ¿Os dais cuenta entonces de lo valioso que resulta poseer un sistema inmunológico fuerte?

A través de una revisión de las fuentes adecuadas de la literatura médica, he identificado cinco áreas importantes que potencian directa o indirectamente la efectividad del sistema inmunológico. Son: emisores de la Hormona del Crecimiento, Duración óptima de entrenamiento, Nutrición, Enzimas y Poder Mental. Puedo afirmar que al controlar esas áreas se reduce o se hace nulo el riesgo de enfermedad. Yo misma nunca me he sentido mejor, más fuerte y con mayor capacidad de recuperación en toda mi vida.

Una historia os demostrará mis afirmaciones. Recientemente, vinieron a verme mis padres desde Inglaterra, junto con dos parientes más. Eran cuatro personas en total y todas con catarro. Constantemente estornudaban, me tocaban y tenían fiebre. Comía con ellos todos los días, les llevaba por la ciudad y les di un beso de despedida en el aeropuerto. Y nunca sentí nada. Y lo más importante es que conseguí una marca personal de sentadilla durante ese período. Claramente esos invasores se encontraron con un sistema inmunológico muy fuerte.


EMISORES DE LA HORMONA DEL CRECIMIENTO

¿Os habéis fijado bien en los niños? Corren y saltan durante todo el día, tienen una enorme vitalidad y crecen muy deprisa. Tienen las venas llenas de Hormona del Crecimiento. Por eso se sienten tan bien.

La Hormona del Crecimiento se acumula en la glándula pituitaria. Es un polipéptido de 19 aminoácidos que ayuda a convertir la grasa en energía, acelera la curación de heridas, mejora la síntesis proteica, fortalece los ligamentos y tendones y potencia la resistencia a la enfermedad.

Los emisores de la Hormona del Crecimiento son sustancias que estimulan su producción. Para ayudarla, yo tomo la siguiente combinación antes de irme a la cama: 2 gramos de Arginina-L piroglutamato y 2 gramos de Lisina-L. Tened en cuenta que los niveles elevados de grasa y de azúcar sanguíneos reducen la producción endógena de Hormona del Crecimiento. Así que hay que olvidarse de las hamburguesas y los helados.


DURACIÓN ÓPTIMA DEL ENTRENAMIENTO

A lo largo de mis viajes, he descubierto que el sobreentrenamiento suele ser la norma de muchos gimnasios. Y las sesiones maratonianas de entrenamiento son para corredores de maratón, no para culturistas. Es un hecho conocido que la estimulación muscular se logra mejor a través de un entrenamiento breve e intenso. Cuando sobreentrenamos, cargamos nuestro sistema nervioso, debilitamos el inmunológico y disminuimos nuestras oportunidades de desarrollo muscular.

La duración óptima de una sesión de entrenamiento está entre 50 y 75 minutos. Lo único bueno de los entrenamientos largos es que conoces a más gente en el gimnasio. Pero si están resfriados es muy posible que cojamos también uno. El sobreentrenamiento os lo asegurará.


LA NUTRICIÓN

Entre todos los nutrientes disponibles para el consumo humano, cinco son particularmente importantes para potenciar el sistema inmunológico. Las vitaminas A, C y E y los minerales zinc y selenio. La falta de esos nutrientes puede conducir a la atrofia del sistema inmunológico —en este caso de la glándula timo, su reguladora— y la reducción de la actividad bacteriana de las células T y B.

La vitamina A ayuda a fortalecer y proteger las membranas mucosas contra las bacterias invasoras. Si vivís en un entorno donde haya contaminación atmosférica, seréis más vulnerables a los resfriados que si estáis en una zona ventilada y poco poblada.

La vitamina C es absolutamente crucial para potenciar vuestro sistema inmunológico.

Las «moléculas malignas», llamadas radicales libres, pueden discurrir libremente por vuestro cuerpo y terminar provocando cáncer. La vitamina E ayuda a neutralizar esos agentes provocadores y los convierte en inocuos.

El selenio trabaja conjuntamente con la vitamina E e incrementan juntos la capacidad de lucha de los glóbulos blancos. El zinc juega un papel básico en la potenciación de la actividad celular T. Dosis:

• Vitamina A: 20.000 Unidades Internacionales diarias.

• Vitamina C: 3 a 7 gramos por día.

• Vitamina E: 100 Unidades Internacionales diarias.

Adicionalmente, estos suplementos pueden tener buenas propiedades: jalea real, Coenzima Q10 y Ginseng, miel pura.


LAS ENZIMAS

Básicamente, un ser humano es una combinación ingeniosa de diversos sistemas de fontanería. Nuestros cuerpos reciben a diario una enorme cantidad de sustancias. La clave está en poder utilizarlas adecuadamente. En nuestra sociedad actual, carente de enzimas, no solemos hacerlo muy bien. Pero, ¿qué tiene esto que ver con nuestro sistema inmunológico? Todo. Cuanto mejor absorbamos el alimento, más nutrientes recibiremos. Todo lo que sirva para potenciar la efectividad de la nutrición fortalecerá inmediatamente nuestra constitución biológica. Esa efectividad la facilitan las enzimas.

La forma más sencilla de incrementar nuestra ingestión enzimática es tomando alimentos en su estado natural. Esto significa mayor consumo de fruta fresca, vegetales, leche, miel y semillas. El calor destruye las enzimas, lo mismo que lo hace la pasteurización, el enlatado y el procesado.

Procurad incluir en vuestra dieta kiwis, piñas, mangos y papayas. Están cargados de valiosísimas enzimas y deben tomarse especialmente cuando comemos carne. Si salimos a comer fuera, debemos llevarnos unas tabletas de enzimas digestivas. Por lo general, los alimentos que dan en los restaurantes contienen pocas o ninguna enzima. Sin su presencia, la comida le puede caer al estómago como si se tratase de bandas de caucho.


EL PODER MENTAL

Las personas emocionalmente deprimidas o que soportan niveles elevados de «stress» suelen ponerse enfermas con frecuencia. Eso se debe a que la calidad de nuestros pensamientos determina nuestro status bioquímico. Por ejemplo, durante los períodos con gran «stress» el cuerpo suele producir más cortisol que lo normal. El cortisol extra disminuye la eficiencia de la glándula timo y, por lo tanto, baja el rendimiento de los linfocitos. Cuando esto sucede, nos ponemos enfermos con mucha facilidad.

La solución está en dirigir nuestros pensamientos hacia otros objetivos. Todo lo que sea deprimente o potenciador del «stress» debemos alejarlo de nuestra mente. Para lograrlo, llamad a vuestros amigos, salid fuera, adquirir nuevos intereses y moveos en círculos distintos. Fijaos nuevos objetivos y aspiraciones y pronto descubriréis que siempre hay una luz al final del túnel. Y vuestro sistema inmunológico agradecerá mucho vuestros cuidados.

Este es el plan de batalla, seguidlo y venceréis la guerra contra los invasores extranjeros, y así podréis pasar más tiempo dedicados al crecimiento muscular.


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